El Arte de Escribir sin Aplausos: La Magia del Proceso Personal
Reflexiones sobre el proceso de escribir sin la necesidad de reconocimiento, y la paz que se encuentra en la autenticidad.
En las noches de quietud, cuando el murmullo de la ciudad se funde con el coro de una melodía tantas veces repetida, me siento frente a mi escritorio, con una taza de té de frambuesa a mi lado y un cuaderno gastado, cómplice de mis pensamientos más íntimos.
Scrolleando en Threads o leyendo algunas notas en Substack. El tema últimamente parece rondar sobre lo mismo: el reconocimiento, la viralización, el deseo de ser leído, comprendido. Es en estos instantes, marcados por la calma contemplativa y la dulzura de este acompañamiento virtual, que me pregunto: ¿Vale la pena escribir sin reconocimiento? ¿Es la paciencia el precio que pagamos por forjar un legado en silencio?
A lo largo de mi vida, he aprendido que el reconocimiento, tan anhelado en muchos caminos creativos, puede ser efímero, mientras que el proceso de escribir –ese arte de transformar emociones en letras– permanece como un acto de fe y libertad.
Aquí quiero compartir algunas reflexiones y capítulos reales de mi experiencia personal, en donde la paciencia y el éxito tardío se entrelazan en la tinta de mis relatos.
📖 Capítulo 1: El Eco de las Primeras Palabras
Recuerdo claramente esos días en que mis textos parecían susurrar en el vacío. Era temprano en mi carrera, y cada palabra que escribía llevaba el peso de mi incertidumbre —aún lo lleva, aunque en menor medida, o será que con el paso de los años he logrado encajar mejor esa herida.
Con las manos temblorosas y la mente rebosante de ideas, me sentaba en una pequeña habitación que apenas tenía luz natural, pero que se llenaba de la magia del silencio.
En ese entonces, escribir se había convertido en un ritual tan natural para mí como el alimentarme o respirar, era sumamente vital. Solía mantener la computadora encendida todo el tiempo con una hoja de Word abierta, en blanco y preparada, o con la historia pendiente que permanecía ahí, estática, hasta que se me ocurría una nueva locura y volvía a la carga casi a trompicones, entre toneladas de dulces y canciones de Jrock.
Hubo muchas personas que intentaron leer aquellos primeros esbozos de novelas, pero siempre me mantuve firme en la idea de que mi único lector sería mi hermano menor, a quien molestaba casi a diario para que fungiera como una especie de lector beta cuando ni siquiera conocía aquel término. Mi hermano y nada más.
Escribir, sin que nadie mirara mis páginas, era un acto de rebeldía y, a la vez, de compromiso conmigo misma.
Comprendí, sin comprenderlo a ciencia cierta, que la verdadera recompensa no se medía en aplausos ni en críticas, sino en el solaz que me brindaba cada línea plasmada en el papel.
🪶Capítulo 2: La Soledad de la Tinta
Con el pasar de los años, aprendí a ver la soledad de la tinta como un oasis donde, en medio del bullicio del mundo, encontraba mi espacio personal. Hubo momentos en que el reconocimiento externo parecía inalcanzable, y esas noches se transformaban en mis aliadas. Me refugié en cafés bohemios, en brillantes centros comerciales, en rincones olvidados de la ciudad, incluso en medio de un salón de clases repleto de ruido; con mi cuaderno y mi bolígrafo me aventuraba a narrar historias inspiradas en la belleza efímera de la existencia. En esos recodos silenciosos, cada golpe de tinta me recordaba que escribir era un acto de amor propio, una forma de preservar mi esencia, aun cuando los aplausos se ausentaban, aun cuando ni siquiera eran requeridos.
Escribo desde niña, prácticamente desde que aprendí a hacerlo. Me he creado fantasías desde que tuve la capacidad para inventarlas, primero inspirada en los clásicos de Disney y luego en los personajes de los libros de texto. Pero siempre he dicho que soy escritora desde los catorce años, que fue el momento en que la literatura ya me había hecho su rehén a tiempo completo. Cuando supe que podría pasar mi vida entera inventando historias y cuando esas historias tuvieron, de hecho, algo de coherencia narrativa.
La escritura se convirtió en una especie de cómplice leal que siempre estuvo ahí, incluso en los momentos que peor lo pasé. Cuando mi madre nos llevó lejos de la ciudad que siempre amé y la única que conocía. Cuando en la escuela recibía insultos y amenazas todos los días. En mis tardes de soledad, en que me tenía a mí y a mis fantasías, la escritura fue el único medio que tuve para afrontar la realidad. Todas mis realidades. Y heme aquí, tanto años después, disfrutando de ella.
Es por ello por lo que siempre la he considerado como un amante escondido. Mi relación con ella no admitía otros integrantes. No al principio. E incluso ahora, debo encontrarme a solas con ella, cara a cara, en una habitación donde solo nosotras podemos disfrutar de nuestra mutua compañía a puertas cerradas. Solo así podemos danzar con tranquilidad.
El oficio del escritor es solitario en la mayoría de los casos. Escribimos primero para saciar esta necesidad intrínseca, y después lo compartimos. Pero solo cuando ha dado todo de sí, en la intimidad de nuestros estudios u oficinas.
📒Capítulo 3: La paciencia como compañera
La paciencia, esa virtud que tantos escritores subestiman, se convirtió en mi más fiel aliada. Cuando finalmente me animé a dar a conocer mis bocetos silenciosos que pretendían ser historias y novelas, fue entonces cuando surgió en mí el deseo de ser leída. Ese impulso, ese sueño que, no por ser minúsculo debido a su reciente nacimiento, dejaba de provocarme una profunda incomodidad.
Hubo un tiempo en que cada rechazo, cada comentario tibio o la mera ausencia de elogios parecía una herida abierta. Sin embargo, aprendí a ver estas marcas no como fracasos, sino como señales de que estaba en el camino.
Con la calma que me inculcó el pasar de las estaciones, entendí que el éxito no es inmediato y que cada palabra escrita construye un puente hacia un mañana mejor, más maduro, más sabio. Descubrí que la verdadera realización nace de la perseverancia y de la certeza de que cada historia, cada poema, es un acto de resistencia contra el olvido, un testimonio que se robustece en la intimidad del tiempo.
Me concentré en dar vida a esos personajes que tanto lo estaban añorando, y dejé a un lado el inevitable deseo de ser reconocida. Solo entonces pude hacer las paces con mi pluma.
Sabía que tenía un compromiso con mis lectores, quienes esperaban nuevas entregas cada semana, pero también lo tenía conmigo misma. Debía darle a mi prosa el tiempo suficiente para fecundarse entre las sombras y madurar de forma natural, a su propio compás.
“No forzar nada, ni siquiera una coma”. Se convirtió en mi mantra personal. Quizás perdí lectores, perdí la fe de quienes me consideraron talentosa… fue doloroso, pero al final me gané a mí misma. A esta escritora que hoy por hoy no tiene temor de decir que lo es.
Dejé de nombrarme “intento de escritora” “aspirante a novelista”, porque comprendí que el mero acto de escribir me convertía en una escritora. Que la publicación tradicional no me compraba el título, ni lo podría hacer nada más que mi propio esfuerzo, mi latente deseo de escribir.
Llevo veintiún años practicando este hermoso oficio y sí, queda mucho por aprender, por esbozar, por transmitir, pero poco a poco he logrado hacer las paces con aquellas ilusorias imágenes que nos hemos hecho con maldad. Las del éxito que parece tan estructurado y vacío, cuando en realidad es relativo.
Aprendí a respirar literatura, a exhalar historias, y si ustedes tienen esta misma necesidad por las palabras, amigos míos, son escritores.
🥂Capítulo 4: El Éxito Silente y la Magia de lo Íntimo
Hoy, al repasar mis cuadernos repletos de anécdotas y versos, encuentro una paz serena. El reconocimiento público quizá nunca se haya entregado en bandeja de plata, pero la satisfacción de haber plasmado mi mundo interior trasciende cualquier aplauso externo.
Esa paz que siento al volver a leer mis escritos en un atardecer tranquilo es mi éxito, mi medalla en la carrera de la creatividad. Sin darme cuenta, me he graduado en celebrar cada página, cada línea, como una victoria personal, un triunfo silencioso que se forja en el crisol de la experiencia y del amor por el arte.
Si bien, aún queda mucho camino por recorrer, puedo decir que me siento satisfecha con las historias que he ido tejiendo con los años. Me siento orgullosa de los logros conseguidos, con pocas o nada de probabilidades. De los aprendizajes que he ido amasando con el transcurso de las páginas.
Me fascina leer un cuento de hace quince años y darme cuenta de que he mejorado, de que el progreso, pese a que jamás ha sido lineal, es más que palpable. Se percibe a simple vista que lo ha habido, incluso cuando muchas veces me negué a creerlo.
📘Reflexión Final: Escribir, un Acto de Amor y Libertad
Hoy comprendo que escribir sin reconocimiento es, en sí, un acto de pureza y autonomía. No se trata de la fama, sino de la libertad de expresarse sin ataduras, porque ahora, incluso después de tantos años, puedo decir que siempre he sido fiel a mi esencia.
No ha habido una sola palabra que haya escrito con la finalidad de complacer a nadie más que a mí. Me he despojado de vanos intentos por ser popular o de quedar bien con nadie más.
Nunca ha habido frontera que no me animara a atravesar si lo consideré necesario. He conquistado los géneros que deseé conquistar y me mantuve al margen de aquellos que no me representaban un reto lo suficientemente substancioso como para tentarme.
La tinta en mis páginas es testigo de un viaje íntimo, de noches de desvelo y de amaneceres llenos de esperanza. La verdadera gloria se encuentra en la integridad del proceso, en la paciencia cultivada y en el éxito silencioso de seguir adelante, a pesar de la ausencia de ovaciones o de dinero. Nunca he ido contando dólares mientras escribo. Creo que eso sería una completa falta de respeto a mi trabajo y al lector. Mis letras jamás se han limitado por lo que puedan o no retribuirme y, sin embargo, estas siempre han sabido hacerlo, no siempre en su forma metálica, pero siempre me retribuyeron.
Si alguna vez dudas de seguir escribiendo porque el eco del reconocimiento no llega, te invito a que mires en tu interior. Permítete saborear cada palabra, cada pensamiento, sabiendo que en el arte de escribir se esconde un tesoro inagotable: la libertad de ser tú mismo, en cada letra, en cada pausa y en cada latido de un corazón que se niega a rendirse.
Si estas palabras resonaron contigo, tal vez esta otra entrada también quiera hablarte:
Detectives y cadáveres
En una tarde de lluvia suave con un calor insoportable, cuando el murmullo de las gotas en el cristal se mezcla con el suave zumbido del ordenador y el aire huele a libros antiguos y café recién hecho. Me pierdo en la fascinante dualidad de lo oscuro y lo íntimo.
Con el pasar de los años, aprendí a ver la soledad de la tinta como un oasis donde, en medio del bullicio del mundo, encontraba mi espacio personal. Hubo momentos en que el reconocimiento externo parecía inalcanzable, y esas noches se transformaban en mis aliadas. Me refugié en cafés bohemios, en brillantes centros comerciales, en rincones olvidados de la ciudad, incluso en medio de un salón de clases repleto de ruido; con mi cuaderno y mi bolígrafo me aventuraba a narrar historias inspiradas en la belleza efímera de la existencia. En esos recodos silenciosos, cada golpe de tinta me recordaba que escribir era un acto de amor propio, una forma de preservar mi esencia, aun cuando los aplausos se ausentaban, aun cuando ni siquiera eran requeridos.
Muy bueno 😃
Amé el texto.
Me gustó ver plasmado aquellos sentimientos que también comparto, escritos por otra persona. A veces se me olvida que es igual para todos.
Gracias.